El Esperanzador (Cuento)

01/12/2019

El Esperanzador

 Toda mi vida, mejor dicho, toda mi existencia (que seria una denominación más exacta) ha sido siempre igual, no exactamente igual, cambiaba un poco el escenario y los personajes, pero el guión era bastante monótono y se repetía día a día. No quiero ser ingrato, no es una queja, era así y no me molestaba.
 Esta constante, sin embargo, se interrumpió un día, verano caluroso como todos, día de sol brillante como tantos, todo transcurría bastante normal en mi jornada. Para que puedan saber a que llamaba en aquel entonces “un día normal”, evocare el recuerdo de aquella mañana, la cual sin saberlo, sería la mañana del día más extraño de mi existencia.
 Caminando sin rumbo, como era habitual para mí, pase junto a un señor joven, aunque demacrado, el cual sostenía una vieja taza y pedía limosnas; al instante percibí la desesperación y resignación en su ser, por lo que aspire profundamente y me acerque. El muchacho me miro sin ver y con voz cansada (y gastada) repitió el ruego que tantas veces había dicho ya.
—Buen día señor, tengo una hija internada y debido a la enfermedad que tengo no puedo conseguir trabajo, ¿no tendría una ayuda?, lo que sea, por favor.
—Tranquilo hombre —respondí, mirando en la profundidad de sus ojos— Alicia sanara, no tenga miedo, no tengo nada material que ofrecerle, pero puedo asegurarle que la tormenta pasara.
 Con estas palabras me retire satisfecho, dejando al hombre absorto en la eterna duda de cómo sabía el nombre de su hija, aunque seguramente mucho mayor habrá sido la sorpresa al llegar al hospital y confirmar, con gozo, que dichas palabras eran ciertas.
 Es que, aunque el no podría saberlo, yo era un Esperanzador, era capaz de ver en los ojos de la gente la pena que los consumía y ayudarlos a ver el cielo despejarse; si la tormenta la terminaban ellos o si mi don era ver las lluvias cesar, es algo que se me escapa, personalmente no subestimaría la fuerza de la voluntad. De cualquier manera saber eso no era relevante para hacer mi trabajo, mi destino me llevaba irreparablemente a encontrarme con gente literalmente desesperada, al ayudarnos recibía mi paga, mi alimento, y podía seguir existiendo, cumpliendo el deber para el que fui creado, cosechaba esperanza y cultivaba fe. Al menos así fue hasta que la conocí a ella.
 Ese día encontré en mi camino a una joven: una linda muchacha de piel bronceada, vestida de reluciente blanco, su ropa resplandecía al reflejar el fuerte sol del verano, y la volvía luminosa. Sentada en un banco de plaza, abrazaba sus rodillas, su vista estaba perdida, sus ojos brillaban por las lagrimas reprimidas en la cima del abismo que da al llanto, a punto de caer, silenciosas; “se abraza a sus rodillas como si se aferrara a algo” pensé “a la balsa de su naufragio” me dije.
 No escuche los murmullos de sus sentimientos, como pasaba con los desesperados que podía ayudar, no era necesario igualmente, cualquier persona podía darse cuenta que la muchacha naufragaba en una tormenta de angustia; de todas maneras, en la vorágine del día a día, y como a tantos desesperados, la gente parecía no notarla, aunque estuviera entre ellos.
 Su imagen fue para mi la cosa más triste que vi en mi existencia, yo, que en calidad de esperanzador había visto mil desgracias, estaba conmocionado por la figura de la joven.
 Me dije entonces que debía interceder, no podía no hacer un intento, me acerque, me senté a su lado en el banco de plaza y le dije:
—Discúlpame, no quiero molestarte pero… ¿estas bien?
—Si. —Respondió sin mirarme, sin siquiera tratar de cambiar su expresión para que su palabras pudieran engañar a alguien.
—¿Estas segura?, tus ojos no dicen lo mismo.
 Me miró, por primera vez entonces, y como rindiéndose se sinceró un poco.
—Tengo problemas… mi vida es un desastre, me persiguen las desgracias.
—Ha, es eso —respondí con un falso tono despreocupado—. Tranquila, todas las personas dicen eso alguna vez.
—Yo no soy una persona normal. —Me dijo con tristeza y resignación, mientras volvía la vista a la nada.
—Tranquila, todas las personas dicen eso alguna vez.
 ¡Que impacto! Después de esas palabras me miro y sonrió, sonrió e ilumino el mundo.
 Yo que había visto la gran piramide de Keops; el palacio de Cnonos; el zigurat de Ur; la Acrópolis de Atenas; la basílica de Santa Sofia; la mezquita de Cordoba; Tenochtitlan o la ciudad de Palenque, en Yucatan; jamas había visto algo tan hermoso, esa sonrisa fue para mi la primer maravilla del mundo, antiguo y moderno.
 Al instante entendí lo que era enamorarse, no quería otra cosa que hacerla reír y volver a ver la primer maravilla.
 Charlamos y reímos largo rato a partir de allí, el día se fue apagando a nuestro alrededor; ella me hablo del ocaso cuando este cayó sobre la ciudad y de lo hermoso de sus colores en el cielo, yo le hable de amaneceres y días que sin pensarlo se volvían en especiales.
 Pero en un momento su rostro volvió a oscurecerse, creo que incluso más que antes.
—Sos muy bueno, es una lastima que tengamos que separarnos, me duele esto… perdón. —Entonces con su dedo indice me toco el pecho.
  Me tomo por sorpresa lo que hizo pero mucho más pareció sorprenderse ella al hacerlo, palideció, se movió en su lugar, abrió mucho los ojos y prácticamente me grito estas preguntas. —¿Qué clase de criatura inmortal eres?, ¿cómo sigues conmigo? —Volvió a mirar el suelo, aún con los ojos muy abiertos y se llevo una mano al pecho, me percate entonces que no estaba en presencia de una persona “normal” y le revele mi naturaleza.
—No soy un hombre… soy un esperanzador.
 La joven respiro agitada, se llevo una mano a la frente y me dijo, en realidad creo que se hablaba a ella misma. —¡No puede ser! me enamore de un ser inmortal, ¿cómo el mundo permitió esto?
—¿Qué es lo que no debería permitirse?
—¿No te diste cuenta que soy una muerte? una portadora del destierro, de la desunión, la tristeza, el luto… ¿cómo podemos amarnos la muerte y la esperanza?
 Interrumpí sus palabras con un beso, ella abrazó el beso y me abrazó a mi, y así, teniéndola en mis brazos, le respondí tranquilo.
—Como siempre debió ser.
  Desde ese beso ni yo soy un esperanzador ni ella es una muerte, somos Abel y Luz, nombres que nos inventamos ese día, para usarlos el resto de los días… Juntos.

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